El Hielo que Cambió el Cóctel

El hielo que cambió el cóctel

La fiesta ya estaba en marcha. Las botellas brillaban alineadas en la barra, las frutas cortadas desprendían su aroma fresco y las copas esperaban su momento. Todo estaba listo para preparar el cóctel estrella de la noche… o al menos eso creía yo. Me acerqué con seguridad, vertí el licor, exprimí la lima y añadí la hierbabuena. Todo iba perfecto… Hasta que abrí la cubitera. Dentro, un puñado de cubitos pequeños y opacos, ya medio derretidos, me miraban como si supieran que iban a arruinarlo todo. En ese momento, un amigo —el típico que siempre tiene un truco bajo la manga— apareció con una bolsa de cubos grandes, cristalinos, perfectos. “Prueba con estos” me dijo, guiñando un ojo.

La magia

Y fue magia. El hielo grande enfrió el cóctel sin aguarlo, mantuvo el brillo de los ingredientes y hasta hizo sonar un “clink” elegante contra el cristal. El primer sorbo fue distinto: más fresco, más puro, más auténtico. La gente lo notó, y no paraban de decir: “¿Qué le has hecho a este cóctel?” Sonreí, porque el secreto no estaba solo en la receta… sino en el hielo. Desde ese día, aprendí que el cubito perfecto no es un detalle menor: es el guardián del sabor, el que decide si tu cóctel será bueno… O inolvidable.
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